Los discursos parlamentarios de Práxedes Mateo-Sagasta

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Legislatura: 1876-1877 (Cortes de 1876 a 1879)
Sesión: 14 de marzo de 1876
Cámara: Congreso de los Diputados
Discurso / Réplica: Discurso
Número y páginas del Diario de Sesiones: 22, 419-421
Tema: Contestación al discurso de la Corona

El Sr. VICEPRESIDENTE (Elduayen): El Sr. Sagasta tiene la palabra en contra del proyecto de contestación.

El Sr. SAGASTA: Señores Diputados, aquí había un muerto, que el Sr. Ministro de Gracia y Justicia echaba sobre el Sr. Moyano. Este muerto consistía en la responsabilidad de la expulsión del Trono de Doña Isabel II. Pero el Sr. Moyano ha tenido una fortuna que yo no voy a tener: el Sr. Moyano ha tenido la fortuna de repartir el muerto que sobre él echaban entre muchos de la mayoría que están al lado del Sr. Ministro de Gracia y Justicia; en tanto que yo, Sres. Diputados, no tengo la suerte de poder echar sobre nadie el muerto de tener que entrar en este debate a hora tan avanzada y cuando ya la Cámara está, con sobrada razón, cansada.

No voy, pues, a entrar en el debate, porque no tendría tiempo ni para sentar las conclusiones que me propongo desenvolver. Voy, por tanto, a ocuparme del discurso del Sr. Moyano, que no pensaba tocar, porque a la verdad no era necesario; pero de algún modo he de llenar el breve tiempo que nos falta para terminar la sesión. Y voy a contestar al Sr. Moyano muy pocas palabras, porque ha colocado la cuestión en un terreno en el cual no le puedo seguir.

Ha traído S. S. al debate a la que fue Reina de España, Doña Isabel II, y le ha traído, en mi opinión, con mejor deseo que buena fortuna. El Sr. Moyano ha defendido a Doña Isabel II, y ha podido hacerlo, y ha debido hacerlo S. S.; pero S. S. la ha defendido y yo no la puedo atacar. No es que no la pueda atacar por las razones que ha expuesto el Sr. Ministro de Estado; no es por esto por lo que no atacaré aquí a Doña Isabel de Borbón; es porque para mí, Sres. Diputados, hay una inviolabilidad más sagrada que la de un Monarca en el Trono, que es la de un Monarca en la desgracia, y mucho más si ese Monarca es una señora, y esa señora está desterrada.

No tengo necesidad de ocuparme de los actos que como Reina llevara a cabo, para justificar la revolución de Septiembre, que a fe a fe, si no tuviera otras justificaciones, bastaría con la oposición que le ha hecho el Sr. Moyano.

El Sr. Moyano no ha tenido que decir más que lo que aquí nos ha dicho en contra de la revolución de Septiembre. Señores Diputados, ¿no es verdad que con lo que nos ha dicho el Sr. Moyano la revolución de septiembre está bastante justificada?

Apelaba el Sr. Moyano a los mensajes de las Cortes a la entonces Reina de España Doña Isabel II, y se fundaba en las palabras benévolas de los que las Cortes dirigen siempre a los Monarcas. Pues qué, Sr. Moyano, ¿de qué manera se han dirigido siempre las Cortes a los Monarcas, sino de la que lo hacían las Cámaras en los mensajes que S. S. nos citaba?

Pero además de esto puedo decir al Sr. Moyano, sin entrar en el examen de los debates de aquellas Cortes, que ni aun eso podría significar nada en apoyo de la tesis que S. S. quería sostener, porque precisamente por la manera como se amañaban las mayorías [419] de aquellas Cortes, que eran en último resultado las que votaban los mensajes, precisamente la manera como se verificaban las elecciones fue una de las causas porque cayó aquella dinastía. (El Sr. Taviel de Andrade: Las elecciones se hacían mejor que ahora.) Si aquellas Cortes se reunían de mejor manera que estas, saque el Sr. Andrade las consecuencias.

También citaba el Sr. Moyano, para demostrar que la revolución de septiembre no debió hacerse, los discursos que pronunciaban ante S. M. aquellos que iban a recibir la investidura de la Grandeza de España; pero no se fijó el Sr. Moyano en que, lo mismo aquellos que recibían la investidura como Grandes de España, que los Presidentes de aquellas Cortes, que los Diputados de la Nación que habían contribuido a la existencia de aquellos mensajes que servían de tema a su discurso, fueron después maltratados por aquella situación.

Si el general Prim, ya que S. S. lo citó, fue desterrado de Madrid, fue arrancando a su familia y amigos en los momentos en que su salud estaba muy quebrantada, precisamente fue en los momentos en que el general Prim trataba de conciliar con el Trono al partido progresista, desheredado del poder. El general Marquesi, Ministro de la Guerra de aquella situación, hubo de ver otra cosa, y el general Prim salió de Madrid.

Ha citado también S. S. el nombre del general O'Donnell. Después de referir unas palabras que pronunció como Presidente del Consejo de Ministros; después de ponderar un servicio que el general O'Donnell prestara a S. M. la Reina con esas palabras; a pesar de sus servicios, de los grandes servicios que había prestado como general en jefe del ejército en la guerra de África, en el extranjero tuvo que vivir, y en el extranjero murió. En la memorable conducción de su cadáver, en Madrid, donde todas las clases sociales quisieron dar una prueba y testimonio de aprecio y gratitud al vencedor en África, al que había sido diferentes veces Presidente del Consejo de Ministros, al que había prestado tantos servicios, sólo se notó una falta en aquel cortejo inmenso de carruajes: un carruaje de la Casa Real.

El Sr. VICEPRESIDENTE (Elduayen): Señor Sagasta, ese es un asunto de que S. S. no puede ocuparse: el art. 143 del Reglamento fija terminantemente en qué casos el Diputado no puede hacer uso completo de su derecho, y creo que S. S. en este momento se halla comprendido en el artículo. Sentiría, por lo tanto, mucho tenerle que llamar a la cuestión.

El Sr. SAGASTA: Siento haber dado lugar a esta advertencia. Creía que podía aducir ciertas consideraciones después de habernos citado el Sr. Presidente del Consejo de Ministros párrafos de un discurso de Donoso Cortés en contra del padre de la que entonces era Reina de España. Yo no hablo de los poderes constituidos en España; pero me basta la indicación del Sr. Presidente, y paso adelante.

¿Quiere el Sr. Moyano la justificación de la revolución de septiembre? Pues se la voy a dar con el criterio de sus propios amigos, que no me podrá rechazar.

El Sr. Conde de San Luis, Presidente del Congreso de 1868 en los momentos de la revolución, del que no puede decirse que no simbolizaba aquella situación cuando desempeñaba tan elevado puesto; el Sr. Conde de San Luis, al poco tiempo de haberse realizado la revolución de septiembre, y cuando la aceptaba, puesto que iba a solicitar el sufragio de los electores para venir como Representante del país a las primeras Cortes de la revolución, decía lo siguiente:

"Las apasionadas y fatales vicisitudes de la política, sus agitadas y violentas convulsiones, nos condujeron hasta los límites de campo monárquico puro."

Ya va viendo el Sr. Moyano cómo el partido moderado no era el partido moderado constitucional, pues una de sus principales entidades declara que el partido moderado estaba en los límites del monarquismo puro "al punto que algunos de sus caudillos exclamasen como hoy exclama la escuela republicana: nuestra es la victoria; se gobierna con nuestros principios."

Esto afirmaban los caudillos del monarquismo puro, según el Sr. Conde de San Luis. "Ved las consecuencias; el antiguo partido moderado llegó a perder sus condiciones esenciales; hizo cuantas concesiones se le iban exigiendo, y el día de la desgracia, los que en esa pendiente lo aplaudían se lavan las manos, nos niegan y nos abandonan, llamándonos malos españoles, malos católicos, hipócritas, peores mil veces que los sinceros republicanos. La expiación es merecida. "

Con conciencia tranquila de que si ha errado ha procedido con honrado intento, sirva lo pasado de enseñanza para el porvenir: al Sr. Moyano no le ha servido lo pasado de enseñanza, ni siquiera para el presente.

Añadía más el Sr. Conde de San Luis, y en otro párrafo decía:

"Lejos de abigarrar nuestra bandera con los diversos colores del iris, los que defendemos el régimen constitucional no tenemos por qué renegar de él, cuando vemos que todos los hombres de buena fe lo van aceptando como una necesidad de la época presente. Y tienen razón; que no es el sistema constitucional la causa de los males que a la Nación aquejan. Su inobservancia, el empeño de mandar dictatorialmente, la obstinación en exasperar y humillar a los partidos caídos, el desprecio a la opinión pública; en una palabra, el falseamiento completo del régimen constitucional, al que todos debemos nuestro ser político, han traído a España al peligroso trance en que se encuentra. "

Y como si esto no bastara todavía, continúa el señor Conde de San Luis:

"Las Cortes en España han sido rari nautes en el anchuroso mar de los tiempos. Más de tres siglos hace que nuestros Reyes, salvo algún caso en que estaba en primer término su interés de familia, se olvidaran de las Cortes, a pesar de que se dice ser tradición española reinar y gobernar con ellas. Y vino la catástrofe. "

¿No había de venir?

La catástrofe es la revolución. ¿Tenemos nosotros, Sres. Diputados, los revolucionarios de septiembre, que ni nos enmendamos ni nos arrepentimos, tenemos necesidad de defenderla, si la defienden los mismos contra quienes se hizo, ex abundantia cordis? Pero el Sr. Moyano, por lo visto, no ha recibido ninguna enseñanza en todo este tiempo, y lo siento por S. S.; tanto peor para S. S.

El Sr. Moyano nos habló del derecho de insurrección, pero no entró en el examen ni en la significación de lo que sea el derecho de insurrección, advirtiendo que ésta no era una Academia, sino un Asamblea. Yo no he de entrar tampoco en el examen de este derecho; entraría con mucho gusto si S. S. hubiera entrado; pero nos dijo que el partido a que S. S. pertenecía había rechazado siempre ese principio, el derecho de insurrección. No diré nada respecto de la doctrina en que pueda basarse el derecho de insurrección; pero sí diré a S. S. que hay momentos en que no sólo es un derecho, sino que es un deber, y un deber imprescindible. En la Nación que pasa por más adelantada y que parece que está [420] más sólidamente organizada, en Inglaterra, no hay un ciudadano que en un momento dado, no sólo crea que el derecho de insurrección es legítimo, sino que se convierte en un deber ineludible.

Si el Poder ejecutivo en Inglaterra atentase a las prerrogativas del Parlamento y se opusiera al cumplimiento de las leyes hasta el punto de que cogiera a los Presidentes de las Cámaras y los desterrara del país, e hiciera lo mismo con algunos de los Representantes de la Nación, yo aseguro que no habría un inglés que no se insurreccionara contra la Reina.

Pero el Sr. Moyano, que en ciertas cosas parece salir de una redoma como el famoso Marqués de Villena, ha olvidado lo que ha pasado en España. ¿Qué? ¿El partido moderado no se ha insurreccionado nunca? ¿Quién fue, qué partido fue el que contra los Poderes legalmente establecidos, se rebeló el año de 1841? ¿Quién fue, qué partido fue el que contra un Gobierno legítimamente levantado se sublevaba el año de 1843? ¿Quién ha sido el que contra un Gobierno que tenía todas las condiciones de legalidad que pueden tenerse en un momento dado, se ha sublevado a fines de Diciembre de 1874?

Pero entre las peregrinas razones que el Sr. Moyano daba para explicarnos los motivos que se alegaban para la revolución de septiembre, me recordaba un amigo lo que le había ocurrido a uno que pasó toda su vida escribiendo una obra de muchos volúmenes para demostrar los milagros que hubiera hecho un santo, si tal santo hubiese venido al mundo.

Pero hay una afirmación del Sr. Moyano que me atrevería a llamar inocente. Decía S. S. que la revolución de septiembre no tenía razón de ser, pues los mismos que la promovieron deseaban todos ser Ministros de Doña Isabel II, y para probarlo citó S. S. un artículo que se insertó en La Iberia, en el cual parece, según S. S., que el partido progresista batía palmas porque la Reina Doña Isabel iba a llamar al poder a sus hombres. Debe advertir al Sr. Moyano que en aquella ocasión el partido progresista ya no estaba al lado de Doña Isabel II; se había retirado por completo, se había divorciado de la dinastía, porque la dinastía había prescindido del partido progresista. A pesar de haber trabajado en sentido contrario muchos hombres importantes del mismo partido que querían llevar la abnegación hasta el último extremo, no se había podido conseguir la reconciliación del partido progresista con la dinastía, y faltaba el equilibrio indispensable en los sistemas representativos, porque el poder estaba a cargo y en manos de un solo partido; de ahí la división, el fraccionamiento de éste, y la imposibilidad de continuar aquella situación.

De modo que, aunque fuera cierto que algunos progresistas desearan que su partido fuera llamado al Poder, era en bien del país, en bien de la dinastía, y para evitar precisamente la catástrofe que venía; pero el partido progresista, en la época a que se refería S. S., se había desengañado de que hubiera arreglo posible, y se había divorciado completamente de la dinastía, hasta tal punto que, siendo yo entonces director del periódico citado por S. S., y hallándome fuera de Madrid, fui llamado por mis amigos, que me hicieron venir por el mal efecto que en el partido había producido el artículo que citó el Sr. Moyano.

El artículo Sres. Diputados, estaba redactado por D. Carlos Rubio, célebre publicista, muy querido del partido por sus circunstancias, por su consecuencia y por sus virtudes. Aquel escritor eminente dirigió a la Reina una carta, la cual acababa con estas solemnes palabras: "Aún es tiempo, señora; mañana será tarde. " A poco de haber dado este paso formuló ese artículo, y el partido progresista llevó tan a mal su publicación, que a no haber sido por el afecto que todos sentían hacia aquel distinguido escritor, seguro es que hubiera sido objeto de alguna manifestación poco favorable.

No lo fue al fin; pero aquel apreciable periodista se vio en el caso de decir en artículos posteriores que el aludido lo había publicado por su propia cuenta, sin que con él tuviese relación alguna el partido progresista.

Ya ve el Sr. Moyano cómo no es cierto que todos quisieran ser Ministros con Doña Isabel II; por lo menos los progresistas no queríamos serlo, y mejor diré, no querían serlo, porque yo no tengo la pretensión de creer que entonces hubiera sido llamado.

El Sr. VICEPRESIDENTE (Elduayen): Señor Diputado, han pasando las horas de Reglamento; sin embargo, si S. S. quiere continuar, se consultará a la Cámara

El Sr. SAGASTA: Empezaré mañana mi discurso.

El Sr. VICEPRESIDENTE (Elduayen): Se suspende esta discusión. " [421]



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